Parecía una noche tranquila. Una noche de sueños compartidos y luna sonriente. Pero no lo era.
El viento estiró su largo brazo de aire y llamó a mi ventana con delicadeza, casi como si sólo quisiera acariciar el cristal. Pero él quería algo más, no le bastaba con rozar la vidriera con apacibilidad. Dejó la cortesía a un lado y sus uñas, hechas por ramitas rotas arrancadas del seno de la naturaleza, comenzaron a arañar con insistencia el ventanal. Sin tregua, golpeando bruscamente hasta que este último se dió por vencido y cedió ante el impetuoso temporal que se cernía sobre mi pequeña casa de madera. La fuerte brisa sacudió mi cabello, convirtiendolo en una maraña de mechones enredados. Su terca índole no permitió a los cimientos sostenernse por más tiempo, y el tejado de la humilde morada se desplomó sobré sus habitantes, una pareja y sus dos hijas.
Si algo tuviera que destacar del tornado que vivimos mi familia y yo, sería la rapidez con la que se llevó nuestro último aliento, sin el más mínimo de condolencia.
jueves, 14 de enero de 2010
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Wow.
ResponderEliminarEscalofriante...
Me encanta cómo escribes.
Un texto "bonito" en cuanto a la narrativa pero muy realista por desgracia.
ResponderEliminarTe sigo, ¿ok? ;)
Un beso
waaala!! :D
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada! (la primera que leo y ya me ha encandilado) Te sigo vale?? ^^
Saludos Franceses!!
De Acuerdo con Vanhea...
ResponderEliminarMe alegro de que en mi ciudad haya 0.1% de posibilidades de que ocurra un tornado O.o
Un beso!!!